Por Mauricio Sulaimán / Hijo de José Sulaimán / Presidente del WBC
No podría ser ningún otro tema, al escribir esta columna, estamos celebrando el octavo aniversario luctuoso de la partida de mi querido padre, José Sulaimán Chagnón.
Es increíble pensar en que son ya ocho años; hay momentos que siento que fue ayer. En ocasiones siento que fue hace muchísimo más, pero en realidad, casi siempre siento que él sigue vivo, y no lo digo románticamente o de manera coloquial, es porque así me siento casi todos los días de mi vida. Está presente en mi mente, acciones, sentimientos y pensamientos.
Lamentablemente no pudimos celebrar una misa presencial. Decidimos hacer una ceremonia virtual, impartida por el Arzobispo George Aby Yúñez.
Es el segundo año que fue virtual, es lo prudente en estos momentos. Tenemos planeado celebrar una misa el próximo 30 de mayo, día del cumpleaños de Don José, en la Basílica de Guadalupe, donde siempre se celebra su misa.
Esta columna reflejara la descripción de los miembros de la familia, en sus propias palabras: injustamente los limité, de lo contrario seguramente saldrán varias páginas. Mi papá cerró sus ojos un 16 de enero de 2014, y ese día, abrió las puertas del corazón del mundo hacia todos nosotros.
Martha Saldívar (mi querida madre). Mi papá le decía: Vieja, y ella: Gordito. “José siempre defendía a todos, por eso le decía que era el Abogado de los sinvergüenzas; tenía una pasión por ayudar a quien necesitara; nuestra casa siempre estuvo abierta al mundo, de visitas, de eventos, y hasta albergué por meses a decenas de personas que vivieron con nosotros cuando lo necesitaron. Aún y cuando estuvo ausente por sus viajes y ocupaciones, siempre estuvo presente, y al día de hoy, lo sigue estando”.
José Martín (el mayor de los hijos). Mi papá le decía: Pepito. “Cuando un soñador es también un artista, salva vidas y crea una versión mejorada del mundo, nos incluye a todos; así era don José”.
Martha Lucila (Lucy). Corría a recibir a mi papá cuando llegaba de trabajar; se paraba frente a él con los brazos abiertos y le gritaba: Muñequito. Don José le decía: Mi reinita. “Mi papá encontraba siempre lo bueno en cada persona; así mismo trataba al mundo, siempre viendo lo positivo, negándose a ver lo malo o negativo”.
Héctor (el tercero en orden). Mi papá le decía: Pedacito de cielo, y su apodo siempre fue el Güero. “Un ser humano universal que cambió la realidad del boxeo de salvajismo a humanismo; muy pocos pueden definir su vida como antes y después de ellos. El boxeo es antes y después de José Sulaimán”.
Fernando (el cuarto que salió de Cd. Victoria y nació en la CDMX). Mi papá le decía: Fery. “No me alcanzan seis enciclopedias para escribir lo que quisiera de mi papá; estoy cerrada a escribir pocas líneas; ¡cómo lo extraño carajo…!
Claudia (la menor de los seis hijos), mi papá le decía: Mi aceitunita (por sus ojos verdes). “Mi papá es ese gran frondoso árbol protector, que ofrece sombra para sea quien se acerque cuando lo necesite. Sigue vivo y presente, enseñándonos los pasos para que su camino nunca se borre”.
Chris. “Ejemplo de bondad, compasión y generosidad; gran maestro sobre la empatía hacia todos los seres humanos”.
Héctor Jr. (Hijo de Héctor), le decía: Hectorote. “Me enseñó a ser tolerante y siempre actuar con amor. Siempre que necesito guía en mi vida, trato de actuar como él lo haría”.
Andrés (Hijo de Héctor). Le decía Andresito. “Siempre fue un ser humano que inspiró excelencia, liderazgo y fraternidad en mi persona. Lo honro por el legado que me regaló y debo preservar”.
José (Mi hijo). Le decía: Yote y Josesito. “Siempre me quedaba dormido en sus brazos, me recostaba en él abrazándolo y encontraba paz y amor”.
Valeria (Mi hija). Le decía: Vallelita. “Alguien a quién admirar, un gran ser humano, que, además, de dar cariño incondicional, siempre tenía a quien contagiar su sonrisa”.
Mauricio (Mi hijo). Le decía: Morito. “Gran responsabilidad la que me dejó al llevar su apellido”.
Mi papá tenía esa gran virtud de apreciar y valorar hasta el más mínimo detalle. Persona sencilla y de gran corazón. Fue un gran hijo, hermano, esposo, padre, abuelo, tío y amigo, leal e incondicional; persona entregada en cuerpo y alma a lo que se tuviera que hacer: “Nada en la vida es imposible, algunas cosas toman más tiempo pero nada es imposible, así que no se raje y a darle con todo”. Sus grandes pasiones: beisbol, boxeo, su CMB, la fotografía y la comida, pero, sobre cualquier cosa, estaba la familia. Inculcó la unidad entre nosotros, siempre destacando la importancia de estar juntos en todo momento.
Ese jueves 16 de enero de 2014, hace ocho años, estábamos sentados en la pequeña sala afuera de Terapia Intensiva ICU-7, del Hospital UCLA; esa sala que se convirtió prácticamente en nuestra casa y guarida durante los 116 días que estuvimos ahí; todos unidos, acompañando a mi papá.
La luna llena seguía alumbrando el cielo, mientras aparecía un rojo amanecer, fue una imagen que quedó marcada en todos los que estábamos en ese momento ahí. Héctor lo describe como la manifestación del cielo de abrir sus brazos a la llegada de uno de los más maravillosos hombres que haya existido.
Horas después con toda su familia, junto a él, dio su último suspiro; se adelantó don José dejando un mundo mil veces mejor como él lo encontró ese día en el que abrió sus ojitos por primera vez dandole a Doña Wasila y a Don Elias su razón de vivir, y en ese momento llego al cielo a unirse con ellos y su hermano Héctor.
Muchas gracias a todos quienes nos han dado incontables e interminables muestras de cariño. Mi Mama, los seis hijos y nuestras parejas y los catorce nietos vivimos arropados por el legado que dejó y que a diario se manifiesta de una u otra manera en nuestro camino.
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