Por Mauricio Sulaimán – Presidente del WBC- Hijo de José Sulaimán
Una de las más grandes preocupaciones de mi papá, José Sulaimán, fue ver cómo la gran mayoría de los boxeadores terminan su vida en condiciones precarias, y hasta en la miseria, después de haber sido ídolos por sus hazañas sobre el ring.
Este fenómeno de ninguna manera es exclusivo en los boxeadores. En sí, la gran mayoría de los deportistas y personalidades del espectáculo, tienen esa sombra que los acecha sin darse cuenta durante toda su carrera.
Es un hecho que muchos de los que llegan al estrellato provienen de cunas humildes, y que encuentran en su disciplina la oportunidad de sobresalir y llegar a ser alguien en la vida. En el boxeo sí es una abrumante generalidad; la mayoría, si no es que todos los boxeadores, provienen del barrio bravo de su ciudad en todos los países del mundo.
Después de mucho trabajo, sacrificio, determinación y muchos golpes, por fin llega el éxito. Se corona el campeón, con el triunfo arriba la fama y el dinero. Durante algún tiempo se mantiene sencillo y enfocado, pero de repente, sin darse cuenta, llega esa pelea espectacular que lo lleva de ser campeón a ídolo. Se convierte en celebridad, es reconocido en las calles, restaurantes, aeropuertos y así empiezan a llegar las tentaciones.
Entran en una burbuja que se convierte impenetrable para la mayoría de quienes estuvieron cerca del desarrollo del campeón.
Esa burbuja es exclusiva para mujeres hermosas, nuevos amigos que supieron adentrarse en un círculo de amistad efímera; interesados y oportunistas que saben muy bien armar una fiesta, una salida en yate, viajes a lugares exóticos, acceso a joyas, ropa, autos, todo tipo de lujo, que por siempre vio inalcanzables el campeón. También llegan el alcohol y las drogas, placeres nunca antes inimaginados y la vida queda totalmente fuera de su control. Oportunidades para invertir con propuestas casi siempre engañosas, falsas y fraudulentas.
Las personas que en realidad aman y se preocupan por el campeón, son bloqueadas, expulsadas y hasta lastimadas; no se pueden acercar a la burbuja.
Pasa el tiempo, terminan los éxitos en el ring, las habilidades se van mermando, llegan nuevos talentos, jóvenes y fuertes hasta que un día todo se acabó. Despierta el ex campeón, la burbuja se reventó, y todos quienes estaban en ella desaparecieron llevándose todo.
Ya no hay dinero, pero sí hay deudas, el público le aplaude a alguien más e inicia una vida llena de depresión, soledad y lo único que queda son los recuerdos.
Tengo la esperanza de que este fenómeno esté perdiendo fuerza. Veo peleadores más conscientes, preparados y rodeados de personas de bien. Esto debe de planearse, tener conocimiento y educarse antes de que sea muy tarde, darle la espalda a la burbuja.
Hoy existe una herramienta altamente frágil; así como te puede ayudar y llevarte a la cima, también te puede destruir: las redes sociales. Twitter ( X ), Instagram, TikTok, Facebook, y otras tantas más; lo que se publica ahí, se queda para la eternidad, no hay vuelta atrás. Las respuestas no tienen filtro y así como te pueden alabar, también te pueden atacar sin misericordia, muchas veces de manera anónima y cobarde. Los comentarios llegan a ser altamente ofensivos, tendenciosos y salvajes, existe el acoso, el ataque sistemático.
Si un boxeador no sabe interactuar en redes debería de mantenerse alejado de las mismas. Crecen los ataques y hacen todo para combatirlos y probar cosas que no necesitan comprobación, pues son falsas y sólo se hacen campañas para lastimar la salud mental.
Lamentablemente vivimos en un mundo en el que el valor está medido por el número de seguidores y de likes que uno tiene en las redes sociales.
Ryan García llegó a tener popularidad al tener millones de seguidores en redes sociales. Se convirtió en un inmediato producto, de gran interés para los promotores y la TV.
También son las redes las que lo han llevado a una situación crítica.
Es conocido que Ryan ha batallado con temas de salud mental por muchos años; inclusive, estos problemas lo han llevado a alejarse del cuadrilátero en un par de ocasiones. Hoy está en caída libre, y necesita aceptar la ayuda, que gente que lo quiere, se le ofrece.
Julio César Chávez, el gran campeón mexicano, busca apoyarlo, pues él vivió un infierno por muchos años, y es un caso de éxito, que sí se puede curar, pero necesita atenderse. Todos sufrimos de problemas de salud mental; es una enfermedad silenciosa que tiene muchas vertientes, ansiedad, depresión, autoestima, paranoia y muchas otras modalidades, que van desde muy simples y manejables hasta niveles como el suicidio.
Es difícil dar el primer paso, pero haciéndolo todo cambia, y tiene solución. Hablar, sacar los temores y preocupaciones, puede ser con un amigo, o con terapeutas especializados, tomar medicamentos, en fin, buscar ayuda para curarse.
Todos podemos ayudar a quien ni siquiera nos imaginamos que está pasando por problemas de salud mental; desde una sonrisa, una plática cordial hasta actuar y ayudar a encontrar soluciones.
¿SABÍAS QUE…?
El boxeador lleva una vida muy complicada y sumando el estigma de que los hombres deben ser fuertes, machos y aguantar todo, no lloran o demuestran flaqueza. Sumado al trabajo físico que conlleva, miles de rounds de sparring, incontables días separados de sus familias, subirse al ring poniendo en riesgo su integridad física.
El WBC está trabajando en temas de salud mental para lograr un sistema obligatorio de atención y monitoreo.
ANÉCDOTA DE HOY
Julio César Chávez conoció a mi papá muy jovencito. Ramón Félix lo llevó, y Julio iba en playera con hoyos, humilde y tímido, pero con esa sonrisa carismática que sólo él tiene. El gran campeón mexicano ganaba millones de dólares, su popularidad era inmensa y tenía el mundo en sus manos.
Lamentablemente cayó en los demonios del alcohol y la cocaína, muchos años de sufrir y varios intentos de rehabilitarse, hasta que con la ayuda de Dios y muchas personas que lo quieren, logró hacerlo. Julio visitó a mi papá en el hospital UCLA, en varias ocasiones; la última fue 17 días antes de morir. Ese 29 de diciembre de 2013, mi papá le dijo al campeón: “Mi querido Julio, ¡qué felicidad tengo de verlo bien, gracias a Dios usted ya está bien, y sé que nunca volverá a caer, mi campeón, ahora sí ya puedo morir en paz».
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